Vestida de día, atrayendo miradas, esperando impaciente el microbús
de la mañana que alimentaba
sus esperanzas, buscaba entre el espacio una razón de aliento que levantara la
vaga fe que aun conservaba. Mientras la pantalla de su Blackberry marcaba las 6.45 am el ruido de la calle
marcaba la nota de una canción espantosa, protagonizada por los carros de los
jefes de hogar dirigiéndose a sus trabajos, las señoras de al lado comentando sobre
algún tipo de clase para bajar de peso y pequeños estudiantes acompañados de su
madre quienes a base de regaños y jalones
apuraban el paso para llegar a tiempo a la escuela. Pero nada de eso le
importaba, ni los dos trabajadores de ruta que le gritaban -Mamacita rica-, ni
el señor con el maletín negro que le brindaba el asiento en la parada de bus,
solo era ella y su pensamiento.
La espera duro un poco más de lo habitual aunque la
situación de aquel transporte era la misma de siempre: ‘lleno hasta la madre’.
El ritmo del motor le daba el toque alegre a aquella mañana de septiembre y
otro hombre, esta vez de menor edad y complexión, ofrecía su asiento. –Gracias-
dijo la mujer como pidiendo permiso para hablar y con una mueca que parecía
sonrisa, se sentó y se oculto tras las cortinas del recuerdo que generan comúnmente
las ventanas de los buses.
La mujer, bella para si misma y hermosa
para casi la mitad de los que ocupaban aquella maquina de acero y ruedas, se
empapaba de imágenes producto del recuerdo de un amor aun no olvidado, mientras
los letreros publicitarios pasaban frente a ella y los empleados de las
farmacias y tiendas daban la bienvenida a otro día de trabajo, a ella le venia
a la mente la tarde del jueves hace seis años, cuando esperando en el Hall de
la facultad de medicina, Ricardo, el tipo alto, delgado y soso de la
universidad de quien ella jamás en su remota existencia pensó tener por pareja,
con ramo en mano de algo que parecía a rosas, chocolates y la mitad de de la loción
encima declaro su amor hacia ella. Jamás pensó en decir que ‘si’, pero lo hizo,
estaba quebrada.
Tres meses le bastaron al bobo humanoide para hacer lo
que muchos hombres deseaban desde hace años, enamorarla. Algo tenia ese Ricardo
Esteban que la hacia soñar, la hacia sonreír, la hacia vivir. Algo de lo que ni
el mismo estaba seguro que poseía. Fueron cinco años de extensas alegrías,
largas noches de pasión y cortas horas de sueño por las noches, estaban unidos
el uno por el otro como la hoja se afianza con vida a la rama ignorando el
momento que atrae su muerte.
– No seas
maje - le decían las amigas de ‘U’- ese Ricardo está más feo que mandado a
hacer.
– Mejor - respondía
la ilusionada – así no me lo baja cualquier puta.
Tenían tanto en común, pasaban las tardes escuchando
la música anárquica de Green Day o viendo alguna película de terror, los fines
de semana eran días de fútbol y concursos televisivos familiares por no decir
que tenían una extraña adicción por los documentales de Animal Planet, se
amaban.
La mujer seguía soñando en su asiento sin
notar que ya casi nadie quedaba en aquel bus rojo, poco mas faltó para que se
pasara de su destino si no es por la niña que derramo el ‘Frutsi’ en su
asiento. Se bajó y entró sin pedir permiso como ya era costumbre. La extraña
mujer del primer espacio le saludaba con una sonrisa de oreja a oreja
–Que guapa
se ve hoy señorita.
–Gracias- respondía
la ilusionada.
–Lastima
que este usted tan seria, al parecer no tuvo una buena noche.
–Fue trágica,
pero no tanto como la mañana.
–Ya me
imagino.
– ¿Como siguió?
–Igual que
hace un año– dijo la señora como con compasión.
Entró a la habituación molesta por el comentario –Obviamente
no esta igual que hace un año- decía para sus adentros, se sentó en su cama y
le besó la frente mientras le daba el ‘Buenos días mi amor’.
–Tengo ratos
ya de ver a esa muchacha por aquí– decía la otra seño que también vestía de blanco.
–Lleva casi
un año visitando al hombre, la pobre vive ilusionada que un día el vicho
despertará.
La joven sigue visitando aquel recinto dos veces al día,
espera el día que su amado Ricardo Esteban vuelva a abrir los ojos, sigue
esperando el bus en la parada de la colonia, sigue soñando, sigue ilusionada.
Willber Marquez